21.9.12

Este sábado, abre Besares, club de cultura


"Peor me pasó a mí", de Natalia Moret



Pero lo que me pasó a mí
Natalia Moret

"Hoy, cuando una amiga me contó que va a casarse, le dije: ´Qué bueno. Te felicito!´, y después sonreí. ¿Qué iba a decir? Creo que casarse es uno de los sueños femeninos más boludos de todos. Caminar del brazo de tu padre disfrazada de muñeca de torta. Bailar vals, como si fuera algo lógico. Exponerte a la inquietante imagen de ver a toda tu familia sudada, borracha, sacudiendo matracas. Clavarte un anillo gordo en el anular para avisarle al mundo que se olvide de conquistarte. Pasarte un año planificando un vestido, un peinado, los centros de mesa, el color de las uñas... Pero de sueños boludos está hecho un pedazo importante de la vida, ¿no? Puedo entenderla, a mi amiga. Divorciarse ya fue, ya es mainstream. Lo que hay que hacer ahora, para ser moderno, es creer en el matrimonio. ´Casarse es algo que pasa una vez´, dijo mi amiga, y yo pensé mirá vos, porque viendo lo que me rodea tiendo a pensar que casarse es algo que, más bien, o no pasa nunca o pasa al menos dos tres veces. Pero la entiendo, a mi amiga. Está enamorada, y enamorarse es algo que pasa una sola vez, ¿no? Cada vez que estás enamorada te das cuenta de que éste, y no el anterior, es el amor posta; hasta que llega el próximo. Pero estas cosas no se le dicen a una amiga ilusionada con el amor para siempre. Al menos no por ahora, que estamos recién entrando en la ola de los anillos, todavía lejos de la ola de las cuotas alimentarias". Terminé de escribir ese párrafo, titulé el mail como "privadas", y presioné el botón "Enviar", para guardarme las notas en mi diario personal, el que tengo adentro de mi correo electrónico. Mientras Gmail se llevaba para siempre un cachito de mi intimidad, descubrí quién era yo. ¿Saben quién era? La genia que en "para" había escrito, por error, la dirección de email de su amiga, la que se casaba.

19.9.12

"Peor me pasó a mí", de Conrado Geiger



Pero lo que me pasó a mí
Conrado Geiger

Fue en 1995. Yo estaba haciendo “Rock de Acá”. Era común encontrarme a la salida de la radio con escuchas que me esperaban para nada. Me irritaban, pero me dejaba seducir por los encantos de la fama. Un día se me acercó una señora, a la que llamaremos Mary, madre de unas chicas habitués, para invitarme a un evento que se hacía por el 25 de mayo en la escuela de las nenas. Me contó que habían acordado invitar a varios “notables y famosos”. Ser considerado en tan importante cenáculo, me hizo aceptar la invitación sin dudarlo. Así, ese 25 de mayo aparecí en la puerta de la escuela. Entre la multitud de gente, se me apareció Mary adulando mi presencia. Me presentó a otro tipo, medio bajito, de aspecto anodino y mirada huidiza. Como yo estaba atento al movimiento de la muchedumbre, tratando de determinar dónde estaba el podio o escenario al que nos harían subir, no registré su nombre, sólo entendí que era otro “notable” como yo, que hacía un programa de cable. Mary nos llevó con la directora, que estaba conversando con otra gente. Por lo errático de la presentación y lo desdeñoso de la mirada de la autoridad comprendí que mi anfitriona se había cortado sola. Que era una cholula desquiciada que nos había invitado por su cuenta a un evento escolar donde nadie nos esperaba. Cruzamos miradas solidarias con el otro sujeto, hermanados por el absurdo. Un alma gemela: habíamos caído los dos en la misma trampa. Silenciosos nos alejamos de la ronda y salimos de la escuela. Él balbuceó algo y me presentó a su esposa, ofreciéndome acercarme en auto, ya que también iban hacia el norte. Viajamos intentando un infructuoso diálogo. Al bajar me dio su tarjeta. Leí su nombre, que no recuerdo, y el de su programa: “El Ángel de la Medianoche”.
Nunca nos volvimos a ver.

Presentación de Lamujerdemivida 67

Andá a gozar con Lamujerdemivida.
Presentación del Nº 67 "Gozar" de la revista junto a
Marcelo Figueras, Mariana Enríquez y Sergio Zabalza.
Coordina: Eugenia Zicavo. Brindis.
Martes 25 de septiembre a las 19h en Eterna Cadencia, Honduras 5574.

18.9.12

Alejandría en Besares

Alejandría lee en Besares, club de cultura, que inaugura y promete.
El mismo día, muestra de arte de Lino Divas y Lucas Welsh
y un acústico de Flopa Lestani y Manza Esaín.
Más tarde musicaliza Wernes & The Absurdo.
Sábado 22, desde las 21:00
en Besares 1840

17.9.12

El corazón de la manzana (tercera entrega)



El corazón de la manzana (tercera entrega)
Texto: Luci Porchietto / Imagen: Horacio Petre

Si estuviera Magdalena, pensó, le pediría que fuera a comprarle un metro. Sin decirle, por supuesto, para qué. Si se animara volvería al pasillo para hablar con alguna de las vecinas. O con el encargado. El encargado. Le volvió la cara del tipo y entonces se dio cuenta de que había dado con la solución al pequeño problema en el que estaba metido. Abrió apenas la puerta, recuperó la llave, la puso del lado de adentro. Sin quitarse el saco, se apuró hasta la habitación, se sentó en la cama y levantó el tubo del teléfono. Se obstinaba por escuchar el sonido del otro lado. Nada. Silencio. El viejo bufó. No recordaba ni el número de su hijo. Ni siquiera sabía con quién quería hablar, pero necesitaba saber que el teléfono funcionaba. Estuvo un rato vigilando el silencio con obstinación, hasta que colgó el auricular mudo. No sonaba nada, ni siquiera el pip sostenido, una de las pocas cosas que no había cambiado desde su juventud. Eso y su terquedad que sólo se había acentuado.
Se puso nervioso. Maldijo el momento en que empezó todo ese tema de la basura. De ir a buscar la bolsa equivocada, nomás para tener razón y contrarrestar la hostilidad de Magdalena. Ella parecía estar esperando el momento en el que él se empezara a perder, a ser uno de esos viejos horribles que se quedan tirados en un rincón. Así le dijo lo de la basura. Era como si estuviera diciendo “está empezando a chochear. No importa lo inteligente que haya sido, no importa lo feliz o desgraciado que consiguió estar. Usted, un día, va a empezar a decir estupideces, como todos esos viejos horribles que supo esquivar”. Todo eso decía Magdalena en tres palabras, todo eso lograba decir ella que era tan calladita.
Nadie le había contado que la vejez era esto. La fatalidad la constituye (¿quién puede, en todo caso, decidir si quiere envejecer o no?) pero es verdad que nadie quiere a los viejos. Ni siquiera Magdalena que recibe, precisamente, dinero a cambio de propinarles un poco de atención. Pero los odia.
El viejo no la culpa: él mismo se maltrataría, se laceraría su propia piel si tuviera la entereza suficiente. ¿O es que acaso ya lo estaba haciendo?
Con el papel enrollado en una de sus manos, caminó penosamente hasta el comedor para ver la hora. El reloj barato colgado en la pared lo inquietó: las agujas estaban fijas como los adornos inútiles de la repisa. Nada funcionaba en esa casa. Magdalena no llegaba, y él empezaba a necesitarla imperiosamente. Nunca es bueno estar desesperado. Quería un pantalón limpio. Que lo ayude a asearse también quería. Saber dónde estaban las toallas lavadas y los jabones. Que lo bañe. Hacía tiempo que ya había perdido la vergüenza. El viejo entregaba sus huesos vetustos y sus carnes fláccidas a las manos rudas y desamoradas de Magdalena: era como si lo tocara un hombre o, peor, era como si lo tocara una mujer desamorada.
Volvió caminando con más soltura y se sentó al lado del teléfono sin soltar el rollo de papel. Temió estar enloqueciendo. ¿Estaba esperando, en verdad, la llegada de esa vieja huesuda y desalmada? ¿Tan poco valía él? ¿No podía salir y hablar con los vecinos? ¿Intentarlo, aún sabiendo que estaban todos muertos? ¿Qué había hecho durante toda su vida para terminar con un rollo de papel en una mano esperando la llegada de una asistente? Siempre lo había sospechado: no servía de nada envejecer. “Si lo puedo pensar, no enloquezco” repetía como si fuera un mantra. Así se fue calmando.
Se tomó del apoyabrazos del asiento y pudo ponerse de pie. Volvió despacio hasta su habitación. Abrió el ropero y hurgó entre sus ropas. Se envalentonó: finalmente, podía solo. Tomó el primer pantalón que encontró. Lo llevó hasta sus narices con la intención de olerlo, pero no hubo caso: hacía tiempo que ni los olores ni el gusto de las comidas eran para él un asunto discernible. Supuso que estaban limpios entornando los ojos. Entonces, se sacó los viejos pantalones manchados de orín e incluso se avergonzó un poco al palpar la humedad de la entrepierna en la tela vacía del pantalón. Recién entonces, con la tela retorcida sobre su falda desnuda, llegó a tener verdadera conciencia de su estado. Pidió enloquecer para no sentir, pero sospechó que acaso la locura era, precisamente, sentir todo.
De hecho, sintió miedo, pero hasta el miedo es insípido cuando uno es demasiado viejo.
Intentó incorporase para ponerse el pantalón, pero cayó de costado. El papel higiénico rodó desde el colchón de lana hasta el piso, y se detuvo en el marco de la puerta. El viejo se lo quedó mirando hasta que los ojos se le cerraron. Estaba muy cansado.

Cuando sonó su celular, Magdalena venía caminando por la calle y apenas escuchaba el sonido horrible que su sobrino le había seteado sin ganas. No conocía el número del identificador de llamadas. Atendió intrigada. Dijo “Hola” unas cuantas veces sin tener respuesta hasta que, a lo lejos, sintió venir una voz deshilachada.
—¿Tendrán de verdad setenta metros como dicen?
Al escuchar la voz quedó parada en el medio de la vereda. Reconoció el titubeo mezquino del viejo y se persignó: el teléfono del departamento estaba cortado desde hacía meses. ¿Con qué fuerzas había caminado y hacia dónde?



Mis modelos de conducta, de John Waters



Mis modelos de conducta, de John Waters
Caja Negra, Buenos Aires, 2012

Sucio, asqueroso, salvaje, escatológico, abanderado de outsiders y desubicados, John Waters es referente de una (de)generación que luchó por combatir el canon, los buenos modales, el deber hacer. Su cara, fusión de John Malkovich y Steve Buscemi, pero un poquito más perversa, es probablemente uno de los mejores espejos de esa actitud. Tanto como sus películas, sus fotos y este libro, Mis modelos de conducta, reflejo genial de esa vida descarriada, donde atraviesa todo tipo de situaciones degeneradas, hace un paneo por grandes males influencias y provoca al lector hasta llevarlo a ciertos límites de aceptación. ¿Qué tan trash podemos ser al leer? Humor, inteligencia y un estilo inconfundible, eso es lo que ofrece este ícono de la cultura norteamericana, que filmó películas de culto como “Mondo Trasho”, “Pink Flamingos” y “Hairspray”, apareció en “Los Simpsons” y fue nominado por William Burroughs como “el Papa del trash”.

10.9.12

Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued



Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued
Anagrama, Buenos Aires, 2012

Tremendo, así es el libro que reedita Anagrama, definitivamente no apto para impresionables, susceptibles, niños y ancianas. Busqued (Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, 1970) construye un relato prepotente articulado a partir de pornografía, violaciones, drogas, secuestros, asesinatos, profanaciones, la pereza más extrema, rutas y barrios de de provincia, ajolotes, documentales de Discovery Channel y el vil metal. Personajes bien construidos, una historia sólida sin explicaciones innecesarias y una fuerza notable son los pilares de esta, su primera novela, que no ganó el premio Herralde pero definitivamente no pasó desapercibida, y se hizo acreedora de una publicación, numerosos halagos y seguramente más de un odio visceral. Un texto inteligente, para leer con un whisky bien a mano.