28.6.12

Confesiones casquivanas (parte 1)


Porque somos chusmas, porque sabemos que ustedes también lo son, por eso nos confesamos. Pero para no quedar en offside, le pedimos a todos los colaboradores de Casquivana que nos mandaran su confesión (pueden ir fantaseando mientras miran el staff). Todo anónimo, claro, para no quemarse en público (y para que se animaran, obvio). Es tan anónimo el asunto que ni nosotros sabemos quién dijo qué. ¿Cómo hicimos? Habilitamos una cuenta de correo para que, desde ahí, nos enviaran sus confesiones, pidiéndoles que las borraran inmediatamente después de la carpeta de enviados y la papelera.
En la presentación de ayer en Fedro hablamos un poco de las confesiones como bienes de consumo, y le propusimos a la gente que también escribiera la suya en un papelito, anónimo, y lo metiera en una urna confesionaria. En estos días vamos a estar subiendo algunas de esas respuestas, junto con otras que aparecen en la revista.
Lo que sigue a continuación son confesiones casquivanas, lo más bajo de nosotros, lo que no nos animaríamos a contar en voz alta pero así, en un cuarto oscuro, se convierte en una adicción. Algunas sorprendentes, otras dignas de condena, otras divertidas. Que cada cual se haga cargo de la suya.

Debuté con una señora de 63 años.

Una noche, de chica, estaba jugando con un amiguito al juego de los olores, tendría cuatro o cinco años y él se había quedado a dormir en casa. Nos olíamos, nos tocábamos, nos descubríamos, supongo. Un día, muchos años después, yo tendría dieciséis o diecisiete años y la adolescencia me había pegado bastante más estúpidamente, y mi madre –a cuenta de qué ya no me acuerdo–me dice: "Vos no te podés acordar... pero una vez, te encontré oliéndole el pito a Santiago". Y ahí la vergüenza me tragó por completo, porque no sólo que sí me acordaba sino que me acordaba con simpatía...

Me acabo de afanar una revista.

Soy un cagón. Me hago el superado, el improvisador y el loco pero bien en el fondo soy un cagón con miedo a las cosas nuevas y a los cambios bruscos.

A mi gato le gusta comerse los forros usados. Después los caga. Ya lo hizo dos veces. La primera vez que lo hizo me asusté mucho y le di de tomar aceite de oliva y yogur. La segunda vez lo cagó solo. 

* Imagen de Romina Lardiés

No hay comentarios:

Publicar un comentario