Tusquets,
Buenos Aires, 2014
Stalin reúne a la cúpula
de figuras la URSS (Jruschov, Breznhev, Kalilin, Molotov y los demás)
y cuenta una anécdota: cierto día sale a cazar con su escopeta,
camina trece kilómetros, descubre que en un árbol hay veinticuatro
perdices y que solamente tiene doce balas. Entonces mata doce
perdices, regresa a buscar doce municiones más, vuelve al árbol
otra vez y caza a las perdices que quedaron. Los políticos lo miran
azorados. Se horrorizan al descubrir en el líder indiscutido una
figura triste, mentirosa, decadente, y ven venir una era nueva. Lo
que no comprenden es que Stalin los está provocando, que está
haciendo una broma. Y sin embargo tienen razón: la muerte de Stalin
señala una era nueva: la era postbromas.
La fiesta de la
insignificancia no se centra en
ese cuento, que de algún modo atraviesa toda la novela y le otorga
sentido. Es un recurso que Kundera conoce perfectamente y con el que
viene trabajando desde hace décadas. No defrauda a sus seguidores:
una vez más se vale de historias de la Historia, de conceptos, de
debates filosóficos y preocupaciones existenciales para darle vida a
un puñado de personajes que se mecen en una trama llena de deus
ex machina, en la que Kundera
cumple el rol de demiurgo consciente y juguetón.
Es
cierto: Kundera está viejo. Tiene ochenta y cinco años y repite, y
su libro nuevo no tiene la frescura de otras épocas. Pero qué
placer leerlo una vez más, encontrarse con historias que son excusas
para hablar de la soledad, el amor, la muerte, el sentido del humor,
el erotismo, el cuerpo propio, el paso del tiempo, los padres, los
amigos. Alguna vez escribió que el único sentido de ser que tiene
una novela es que explore un pedacito de la condición humana, y La
fiesta de la insignificancia cumple
su premisa a rajatabla.
Ojalá
siga sin ganar el Nobel, pero se quede escribiendo veinte años más.
Y si no lo hace, si esta es su última novela, entonces vamos a poder
decir con envidia que debe ser de los pocos escritores que pudieron
cerrar su obra de la misma manera en que la empezaron, después de
dar un rodeo enorme: hablando de las bromas y de cómo nuestro exceso
de seriedad nos lleva a no estar preparados para entenderlas. Es la
manera que él encuentra para explicar, al menos en parte, algunas
cosas del devenir de la historia, de la literatura, de la manera en
que los hombres sufrimos y gozamos cada día.
Nicolás
Hochman
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