16.1.13

De acá no, de ninguna parte tampoco, de Victoria Béguet Day y Pito Campos



De acá no, de ninguna parte tampoco
Texto: Victoria Béguet Day / Imagen: Pito Campos
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar

“¿De dónde sos?” Sin exagerar, debo haber escuchado esa pregunta cientos de veces. Si no fuese atea, pensaría con alarma que mis chakras se están desalineando y me dedicaría con devoción a respirar hondo o visualizar con fervor el color azul. O a repetir en mi cabeza frasecitas de algún nefasto personaje al estilo Osho, tan hot últimamente. Pero no, soy demasiado paranoica para alcanzar paz interior en esta vida. Quizás en la próxima. Seguiré participando. En lugar de eso, me invade una auto-observación salvaje, adolescente y patética. ¿Qué gesto, palabra, tono de voz me delató? Y así como otros en un embotellamiento sueñan con tener súbitamente el auto de Batman, yo imagino un grabador y un cassette (crecí en los noventa, es lo que veo; no me juzguen). Qué eficiente sería. En lugar de contestar amable y con firmeza: “De acá”, que invariablemente fracasa: siempre siento un levísimo, inofensivo escrutinio del otro lado. Y, con razón: estoy mintiendo. Aunque “De ninguna parte” tampoco sirve. Nada más triste que hacerse el misterioso/a. No, ante la fatídica, infame, malévola pregunta, aunque hecha sin otra intención que una inocente curiosidad, apretaría play en el objeto demodé y saldría descontrolada y caótica una cronología absurda y enmarañada: “Nací en Méjico, pero no soy mejicana. Nicaragua hasta dos años. Dakar hasta los seis. Sí, eso queda en África. Oh, qué exótico. Durante unos meses estaba convencida de que era musulmana y me paseaba con una toalla que desenroscaba para rezar (el contacto con otras culturas genera situaciones embarazosas). Aprendí castellano y francés al mismo tiempo, mi mundo estaba edificado sobre canciones infantiles y quizás valores de aquella cultura. Próximo destino: Buenos Aires, me gustaba, a los ocho años, mudanza ¡oh, qué top! a Los Ángeles, lugar extraño, inasible, con su poderoso culto a las apariencias. Catorce, regreso a Buenos Aires y, mi cerebro, que ya piensa en dos idiomas a pesar suyo, se enamora, con toda la cursilería imaginable. ¿Las pérdidas más dolorosas? Sin duda, los idiomas, territorios que uno explora. En los cuales uno anida. Auténticos hogares. Sí, no me da vergüenza admitirlo, son heridas, fantasmas. Aguardan en la sombra. Sí, cuando escribo lo hago para mantener un diálogo con ellos. Fin. The end”. El cassette se termina. Imagino que el otro huyó despavorido. Demasiada información, demasiado íntima. Creo que yo también lo haría. Resurge con malicia la autocrítica, mi paranoia, mis inseguridades se multiplican: ¿Sonó frívolo? ¿Sonó snob? Hablé demás, sin duda. Quizás deba que retomar terapia. Urgente.




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