5.8.13

Así empezó Ángel Berlanga



Así empecé yo
Ángel Berlanga

Había un tipo en TEA, donde estudié a comienzos de los ’90, que nos decía que el periodista tiene que ser caradura. Este profesor se consideraba uno de los tres o cuatro mejores entrevistadores del país y contaba, como prueba, acerca de un reportaje que le había hecho a Moria Casán en una pileta. Adentro, mientras se bañaban. No recuerdo mucho más él, pero su tono al hablar y su sonrisa hacían pensar que el caradurismo era clave en su quehacer. Por timidez es habitual en los estudiantes, al comienzo, cierta dificultad para encarar a un desconocido (sea o no figura pública). A veces es al revés: la dificultad le aparece al que es encarado. El caso Cipe Lincovsky, por ejemplo.
Antes de abandonar arquitectura y de ir a TEA con un amigo hacíamos el programa Croquis urbano, en FM Universo, de San Justo. El dueño de la radio era además el operador y podía, entre tandas, irse a pagar los impuestos. El Croquis iba de lunes a viernes de 8 a 10 y trataba de todo un poco. Estábamos crudos: en la agenda sólo teníamos a Mercedes Sosa y Cipe Lincovsky. Con Sosa nos filtraban una y otra vez; a Lincovsky, en cambio, conseguí ubicarla un día, bien temprano. Apenas dijo hola supe que la había despertado, y enseguida, como corresponde, me mandó a la mierda.
Probé suerte con Osvaldo Soriano poco después, cuando ya estaba embarcado en el periodismo. Muchos sucesos en mi oficio están vinculados a él: sus notas en Página incidieron para tentarme a escribir y dejar arquitectura; luego, ya en el camino, está directamente relacionado con mi propio ingreso al diario, trabajos varios, libros. Una noche de 1991, casi dos de la mañana, lo llamé a su casa en La Boca: se sabía que a esas horas él leía y escribía. Creía que era el momento para ubicarlo con ganas de hablar, tenía que hacer un artículo y ahí estaba, fresquito, el consejo del capo de la entrevista argentina. Cuando atendió noté que llevaba rato largo en silencio, enfrascado en algo. Hablamos unos quince minutos y, amablemente, propuso que charláramos más adelante, cuando volviera de un viaje a Tandil.
Pasó el tiempo. Y, entonces sí, volver a llamarlo me pareció una caradurez.

Publicado en Casquivana 6: www.casquivana.com.ar



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