Así empecé yo
Ángel Berlanga
Había
un tipo en TEA, donde estudié a comienzos de los ’90, que nos decía que el
periodista tiene que ser caradura. Este profesor se consideraba uno de los tres
o cuatro mejores entrevistadores del país y contaba, como prueba, acerca de un
reportaje que le había hecho a Moria Casán en una pileta. Adentro, mientras se
bañaban. No recuerdo mucho más él, pero su tono al hablar y su sonrisa hacían
pensar que el caradurismo era clave en su quehacer. Por timidez es habitual en
los estudiantes, al comienzo, cierta dificultad para encarar a un desconocido
(sea o no figura pública). A veces es al revés: la dificultad le aparece al que
es encarado. El caso Cipe Lincovsky, por ejemplo.
Antes
de abandonar arquitectura y de ir a TEA con un amigo hacíamos el programa Croquis urbano, en FM Universo, de San
Justo. El dueño de la radio era además el operador y podía, entre tandas, irse
a pagar los impuestos. El Croquis iba
de lunes a viernes de 8 a
10 y trataba de todo un poco. Estábamos crudos: en la agenda sólo teníamos a
Mercedes Sosa y Cipe Lincovsky. Con Sosa nos filtraban una y otra vez; a
Lincovsky, en cambio, conseguí ubicarla un día, bien temprano. Apenas dijo hola supe que la había despertado, y
enseguida, como corresponde, me mandó a la mierda.
Probé
suerte con Osvaldo Soriano poco después, cuando ya estaba embarcado en el
periodismo. Muchos sucesos en mi oficio están vinculados a él: sus notas en Página incidieron para tentarme a
escribir y dejar arquitectura; luego, ya en el camino, está directamente
relacionado con mi propio ingreso al diario, trabajos varios, libros. Una noche
de 1991, casi dos de la mañana, lo llamé a su casa en La Boca: se sabía que a esas
horas él leía y escribía. Creía que era el momento para ubicarlo con ganas de
hablar, tenía que hacer un artículo y ahí estaba, fresquito, el consejo del
capo de la entrevista argentina. Cuando atendió noté que llevaba rato largo en
silencio, enfrascado en algo. Hablamos unos quince minutos y, amablemente,
propuso que charláramos más adelante, cuando volviera de un viaje a Tandil.
Pasó
el tiempo. Y, entonces sí, volver a llamarlo me pareció una caradurez.
Publicado en Casquivana 6: www.casquivana.com.ar
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