Tengo un vecino que es nuevo
Marcelo Luján
Vivimos en un barrio de los denominados peligrosos. Un barrio de esos
en donde la gente no sale de noche porque tiene miedo a que le pasen cosas.
Después de cenar, no hay un alma por la calle: ni almas ni coches, ni siquiera
ruidos. Ni siquiera ruidos de cosas malas. A veces se oye la sirena de un
patrullero y entonces sabemos que alguna de esas cosas malas acaba de pasar. Pero
a nosotros no nos importa. Después de cenar, el mundo termina en la puerta de nuestro
departamento. Y es ahí donde quiero llegar: a la puerta de nuestro
departamento. Más concretamente a la mirilla que tiene la puerta.
Vivimos en el quinto. Los nuevos en el A, nosotros en el B. Tres metros
de pasillo separan esta puerta de aquella. Y todas las noches, aunque no haya
un alma en la calle, los nuevos empiezan a recibir gente. Suben por el ascensor
pero también por las escaleras. Tocan el timbre, esperan unos segundos, la
puerta se abre un poco. Y entran. Todos estos extraños personajes entran en el
departamento de los nuevos. Entran sin decir palabra. A los diez o quince
minutos, salen. Siempre en silencio. Esto sucede después de cenar. Todos los
días. Por supuesto veo cada movimiento pegado a la mirilla. Quieto, casi sin
respirar. Ayer vi tocar el timbre a una mujer joven con un chico de unos seis o
siete años. Ver algo así me alarmó todavía más porque hasta ese momento sólo
había visto gente adulta. Por cierto, el chico también entró en silencio.
No sé si vale este dato pero los nuevos hicieron la mudanza de noche,
cuando en el barrio no hay ni un alma. Todo muy raro. Mi mujer dice que
tengamos cuidado, que podrían ser una secta brasileña. Qué sé yo. Ah: no venden
droga, no. De eso estamos completamente seguros porque droga vendemos nosotros.
Aunque nunca después de cenar. Vivimos en un barrio muy peligroso. De noche, si
te asomás por la ventana, no ves un alma.
Publicado en Casquivana 6: www.casquivana.com.ar
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