9.8.13

Cuando Marcos Crotto se dio cuenta, ya era tarde



Cuando me di cuenta ya era tarde

Marcos Crotto



Cuando me di cuenta ya era tarde en el cementerio, en la mitad del campo. Éramos doce detrás del ataúd, éramos la estela del hijo de Luis, absurdamente muerto antes que él.

Avanzaba Luis con la dureza de su joroba. Iba adelante, el primer pato de la v, sobre el suelo arenoso, tocando el cajón que empujaban los dos empleados de la funeraria vestidos con traje y las alpargatas de Luis levantan polvo, las alpargatas de Luis arrastran dos semanas largas junto a la cama de un hospital de una ciudad inmensa donde duerme su hijo atado a cables y suero y la mascarilla le trae aire a su hijo de sentencia, de juez, no de esperma.

Veinte años atrás el hijo se fue y nunca volvió, ni siquiera cuando falleció su madre, Rosa, la mujer de Luis (tal vez nunca se había enterado). Pero lo último que susurró fue que llamaran a ese hombre viejo que lo había adoptado.

Abrieron la puerta de la bóveda, fresca al atardecer.

—Sólo hay un lugar—, se sorprendió uno de los trajes.

Sólo quedaba el lugar de Luis junto a su mujer. El lugar que el hijo le había robado.

—No se preocupe Don Luis, a su hijo lo ponemos acá hoy, después le cavamos una tumba fuera de la bóveda y ahí lo ponemos —dijo el pocero que andaba por ahí y que se nos había acercado.

Al pocero Luis lo había conocido apenas había nacido. A todos nos había visto nacer, Luis, a todos menos a su hijo.

—No, póngalo ahí, yo después veo qué hago —dijo Luis.

El ataúd entró en el espacio como la última ficha de un rompecabezas. Fue un funeral sin lágrimas. Luis tenía los ojos muy azules. Nos miraba, nos esperaba y no había ningún abrazo que se le acercase. Lo miramos y él nos miraba sin lástima porque ya era demasiado tarde para todos.

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