Dónde estaría hoy si
Gilda Manso
Cuando me propusieron escribir esta
columna lo primero que me vino a la mente fue un viaje a San Luis que hice hace
unos meses. Mejor dicho: me vino a la mente el regreso a Buenos Aires: llegué
al aeropuerto y me acerqué al mostrador a buscar mi pasaje. El hombre que
atendía me pidió mi DNI; luego llamó a otro hombre y hablaron por lo bajo unos
instantes. Chequearon unos datos en la computadora. Hablaron unos instantes
más. Finalmente, el hombre me devolvió mi DNI junto con un pasaje en primera
clase: el último pasaje que quedaba. A continuación, convocó a los pasajeros
que estaban en la fila detrás de mí y les informó que el vuelo estaba
sobrevendido. Que no quedaban pasajes. Que no habría más vuelos desde San Luis
a Buenos Aires por el resto del día. Que les convenía esperar un par de horas,
tomar una combi a Mendoza, y ahí esperar el próximo vuelo a Buenos Aires.
Tres horas después de eso, cuando yo ya
estaba en mi casa, bañada y en pijama, me pregunté: ¿Dónde estaría ahora si
hubiera llegado al aeropuerto un minuto más tarde? Y me sentí, por un momento,
la persona con mejor fortuna del mundo.
Al margen de esa anécdota, a veces me
parece que toda la vida es uno de esos libros de la serie Elige tu propia aventura: “Si querés adentrarte en el laberinto,
andá a la página 34. Si querés quedarte para siempre donde estás, andá a la
última página”. Que arriesgás aunque no sepas qué viene, porque si no arriesgás
termina todo. ¿Dónde estaría hoy si no hubiese elegido adentrarme en el
laberinto? En el final de algo.
Pero salgamos de lo alegórico, que lo
que abunda a veces sí daña: ¿Dónde estaría hoy si no me dedicara a escribir?
Quiero creer que me las hubiera arreglado para tener una casa en la costa, y
que trabajaría de mirar perros en la playa mientras tomo mate sentada en una
esterilla.
Publicado en Casquivana 6: www.casquivana.com.ar
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