Tengo una obsesión con acostarme con premios literarios (que
suelen ser tan malos como egocéntricos en la cama). Ya coseché un Alfaguara, un
Clarín, un Planeta (son los más histéricos) y dos del Fondo Nacional de las
Artes.
¡Soy hetero!
Hace unos pocos años me hice pis encima antes de llegar al
baño, justo en la puerta.
En la clase de gimnasia me esforzaba mucho para estar en la fila
de las vueltas carnero detrás de Claudia Dorado y sutilmente le olía la campera
de gimnasia azul con las tiras blancas, me hacía acordar a la casa de mi
abuela, ahora pienso que quizás usaban el mismo jabón en polvo.
Cuando era chica escupía a los pelados desde la terraza de
mi casa.
Adoro ponerme tacos, vestido, peluca (soy varón) y jugar a
que soy Isabelita, poniendo los viejos discursos que Perón mandaba en cassettes
cuando estaba en España.
Me saco los mocos. Mucho.
Hace pocos años, estaba mal de guita y el que pide en el
subte no tuvo mejor idea que darme todo su desgarrador discurso a mí. Fue
terrible: sida, sin trabajo, con hijos, sin plata, etc. Y yo, a pesar de que
sabía que no podía darle plata, le sostuve mi mirada todo el tiempo. Llegó el
momento de la bolsa para la ofrenda. Elegí uno de los pocos billetes de dos
pesos de mi billetera, se lo mostré ni bien entró en la bolsa y lo retiré
escondido en el puño de mi mano. Cuando bajé del subte, el mismo billete volvió
a mi billetera.
Cada vez que veo “E.T.”, no puedo evitar llorar como un nene
con el final.
* Ilustración de Romina Lardiés