De acá no,
de ninguna parte tampoco
Texto: Victoria
Béguet Day / Imagen: Pito Campos
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar
“¿De dónde sos?” Sin exagerar, debo haber escuchado
esa pregunta cientos de veces. Si no fuese atea, pensaría con alarma que mis
chakras se están desalineando y me dedicaría con devoción a respirar hondo o
visualizar con fervor el color azul. O a repetir en mi cabeza frasecitas de
algún nefasto personaje al estilo Osho, tan
hot últimamente. Pero no, soy demasiado paranoica para alcanzar paz
interior en esta vida. Quizás en la próxima. Seguiré participando. En lugar de
eso, me invade una auto-observación salvaje, adolescente y patética. ¿Qué
gesto, palabra, tono de voz me delató? Y así como otros en un embotellamiento sueñan
con tener súbitamente el auto de Batman, yo imagino un grabador y un cassette (crecí
en los noventa, es lo que veo; no me juzguen). Qué eficiente sería. En lugar de
contestar amable y con firmeza: “De acá”, que invariablemente fracasa: siempre
siento un levísimo, inofensivo escrutinio del otro lado. Y, con razón: estoy
mintiendo. Aunque “De ninguna parte” tampoco sirve. Nada más triste que hacerse
el misterioso/a. No, ante la fatídica, infame, malévola pregunta, aunque hecha
sin otra intención que una inocente curiosidad, apretaría play en el objeto demodé y saldría descontrolada y caótica una
cronología absurda y enmarañada: “Nací en Méjico, pero no soy mejicana. Nicaragua
hasta dos años. Dakar hasta los seis. Sí, eso queda en África. Oh, qué exótico.
Durante unos meses estaba convencida de que era musulmana y me paseaba con una
toalla que desenroscaba para rezar (el contacto con otras culturas genera
situaciones embarazosas). Aprendí castellano y francés al mismo tiempo, mi
mundo estaba edificado sobre canciones infantiles y quizás valores de aquella
cultura. Próximo destino: Buenos Aires, me gustaba, a los ocho años, mudanza ¡oh,
qué top! a Los Ángeles, lugar extraño, inasible, con su poderoso culto a las
apariencias. Catorce, regreso a Buenos Aires y, mi cerebro, que ya piensa en
dos idiomas a pesar suyo, se enamora, con toda la cursilería imaginable. ¿Las
pérdidas más dolorosas? Sin duda, los idiomas, territorios que uno explora. En
los cuales uno anida. Auténticos hogares. Sí, no me da vergüenza admitirlo, son
heridas, fantasmas. Aguardan en la sombra. Sí, cuando escribo lo hago para
mantener un diálogo con ellos. Fin. The
end”. El cassette se termina. Imagino que el otro huyó despavorido. Demasiada
información, demasiado íntima. Creo que yo también lo haría. Resurge con
malicia la autocrítica, mi paranoia, mis inseguridades se multiplican: ¿Sonó frívolo?
¿Sonó snob? Hablé demás, sin duda. Quizás deba que retomar terapia. Urgente.
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