11.1.13

Qué tan otros somos, de Nicolás Hochman y Raoul Weiller



Qué tan otros somos
Texto: Nicolás Hochman / Imagen: Raoul Weiller
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar

Hace unos años, cuando había empezado a escribir una novela de título muy parecido al de esta revista, tuve la oportunidad de hacer lo que se dice “trabajo de campo”. La trama estaba articulada a partir de lo que pasaba en un trencito de la alegría, lleno de gente rara y tipos disfrazados. Todos vimos esos espectáculos un poco horrorosos alguna vez, y probablemente más de uno haya participado en esos rituales. Pero no todos se disfrazaron de Bob Esponja, Shrek, Mr. Increíble, la Pantera Rosa, Woody (el cowboy de “Toy Story”) y el dinosaurio Barney.
Todos los fines de semana me subía a un micro de larga distancia y junto a otras treinta personas viajaba por el interior del país, armando eventos para una conocida empresa de golosinas, que pagaba para que esta especie de circo ambulante que éramos entretuviera a los hijos de los empleados. Así todos los fines de semana, durante meses.
La experiencia fue muy importante para mí: ahí conocí gente, saqué material para mi libro, y gracias a eso pude pagar el supermercado. Lo que no me imaginaba, en aquel momento, era hasta qué punto vestirme de superhéroe o de dinosaurio me iba a generar cuestionamientos identitarios. Uno cree que es uno, hasta que se calza esa caja amarilla que es Bob Esponja y sale a bailar música electrónica en un pueblito perdido de Tucumán, donde miles de nenes festejan, acompañan, pegan, hieren y sacan a relucir odios viscerales, históricos, acumulados desde tanto tiempo atrás.
Ponerse un disfraz tiene siempre algo de rupturista, sobre todo si uno se la cree, si uno se mete en serio en el papel. Lo problemático, de hecho, no es actuar que uno es la Pantera Rosa. No. Lo complicado viene después, cuando uno se saca el traje caluroso y se pone ese otro disfraz, mucho más cotidiano, que construimos durante tantos años, y que tantas veces se nos pega al cuerpo como si fuera de verdad.
¿Hay identidad? ¿Existen en serio las crisis de identidades? ¿Hay algún momento en que las identidades no estén en crisis? No tengo una respuesta que me convenza demasiado, pero sí sé esto: si uno se lo está preguntando, quiere decir que por lo menos una duda le entró, porque uno se cuestiona su identidad solamente si piensa que puede ser alguien diferente al que es. Porque uno no es nunca uno mismo, ¿no? No lo es porque eso tiene algo de imposible. ¿Mantenerse igual, idéntico, todo el tiempo? No conozco a nadie que viva en ese formol del ser quien es. Además, sería un poco peligroso y, claro, aburridísimo sin lugar a dudas.
Casquivana 5 surge en ese clima. Después de un tiempo descubrimos que no sabemos quiénes somos, por qué hacemos los que hacemos y demás. ¿Es bueno, es malo? Es posibilitante, en todo caso, porque nos obliga a preguntarnos, a pensar qué tan otros somos, a pensar cómo escaparnos de la fantasía de ser iguales a nosotros mismos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario