El traje de terciopelo
Texto: Marcelo Guerrieri / Imagen: Pablo Tambuscio
Después de
la cena, recordábamos con Claudio una anécdota de la escuela primaria, cuando
Sabrina —su nueva novia— propuso un juego. Dijo que tratáramos de describir el
primer recuerdo del que teníamos registro.
Nunca
había pensado en eso. Tampoco Claudio. Me extrañó que Laura, mi mujer —tan
fanática de las regresiones y las vidas pasadas—, jamás se hubiera hecho esa
pregunta.
La novia
de mi amigo estaba en ventaja. Soltó su primer recuerdo mientras los demás
recién empezábamos a escarbar en la memoria.
Primero
habló de olores —a lavanda, a cáscara de naranja, a tierra mojada como cuando
acaba de llover—, y siguió diciendo: en casa de mis viejos, en el patio, hay
una sábana bordó tendida de la soga; mi abuelo me alza del piso; juntos
atravesamos la sábana; si cierro los ojos, puedo sentir hasta la tela que me
toca la cara, una caricia como dedos de bebé, pero también una sensación de
terror total, como si del otro lado de la sábana nos esperara algo terrible: un
monstruo, un dolor tremendo, un accidente; ahí termina el recuerdo; de golpe;
no debo tener más de tres años porque mi abuelo murió el día de mi cuarto
cumpleaños.
Hubo un
silencio largo, interrumpido por Laura, que ahora decía que a ella le costaba
pensar en su primer recuerdo. Aunque había una imagen que a veces le venía
cuando pensaba en la casa de su infancia: es un suelo de baldosas grises con
manchas negras, siento el frío en el pecho, como si me estuviera arrastrando
por el piso; hay un auto de juguete de plástico rojo; muevo la mano para
agarrarlo pero no llego porque algo me levanta en el aire, no sé quién es,
capaz mi mamá, no sé, la sensación es que voy subiendo y tengo unas ganas
tremendas de agarrar ese auto rojo que se ve cada vez más lejos en el piso;
debe ser mi primer recuerdo porque mi mamá dice que ese auto se perdió en la
mudanza, a mis tres años; no tengo más recuerdos de esa casa.
Yo estoy
corriendo, feliz y a los gritos, dice Claudio, y de pronto es como si de la
nada me pegaran golpes en los labios, después un montón de sangre en la boca,
mi vieja que me alza en brazos y un pasillo muy oscuro, un caballito de madera
en un costado, después el agua en la boca y los hilitos de sangre en la pileta
de loza blanca de un baño mugriento; era en un local de entretenimientos en la
costa, cuando tenía cuatro años; dice mi vieja que me reventé el labio contra
los mangos de un metegol.
Para leer el final, encontrá el cuento en http://www.casquivana.com.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario