Una bolsita de
tela brillosa
Texto: Gabriela
Rivas / Imagen: Romina Lardiés
Hacés que rezás, como hiciste muchas otras veces. Cada vez que mamá te
dejaba en la parroquia porque se iba a hacer a otro lado quién sabe qué. El
último día del niño, por ejemplo, con papá de viaje ella dijo que tenía que
hacer y te dejó ahí a pasar la tarde con los chicos de la iglesia. Llegaste
primera y te quedaste en el patio a esperar a los demás. Eran menos de veinte y
los hicieron sentar en la alfombra de la salita donde, en la semana todos
-menos vos- aprendían catequesis. Había cruces y dibujos de Dios y angelitos
por todas partes. Jugaron al dominó, a las cartas y dibujaron con crayones;
después tomaron la merienda -chocolatada con budín de naranja- y les
repartieron regalos. A vos te tocó un oso de peluche celeste que se notaba lo
habían pasado por el lavarropas y le habían cosido una oreja. Lo abrazaste y te
lo llevaste a la nariz: el olor a ropa recién lavada. A los demás también les
tocaron juguetes usados, tal vez porque los papás no podían comprar nuevos, así
que agarraste el oso y lo guardaste rápido en tu mochila. Después había que
agradecer y rezar. “Padre nuestro que estás en los cielos”, hasta ahí lo
hiciste bien, y después abriste y cerraste la boca al ritmo de los demás.
Bajaste del auto de papá y ellas estaban ahí, de blanco, las gemelas
María Concepción y María Eugenia de blanco y con coronas de flores blancas en
la cabeza, el pelo tirante con media colita, los vestidos con volados, la cruz
colgada del cuello y una bolsita de tela blanca brillosa. Vos estabas así nomás,
con la pollera azul y la remera de Tom y Jerry. Las saludaste con la mano para
que ellas se apartaran del grupo blanco y te saludaran. Concepción, que de las
dos es la más amiga tuya, te abrazó, preguntó qué te parecía el vestido que le
había hecho su tía costurera y te contó que en la noche no había podido dormir
de la emoción: iba a comulgar por primera vez. Vos la miraste. Ni siquiera sabés
qué es eso, si ni sabés por qué no estás de blanco. Bien que quisieras estar de
blanco como todas. La maestra de catequesis llamó a Concepción a la fila, y Concepción
se fue. Entraste a la capilla y te sentaste en uno de esos bancos de madera
alargados.
Para leer el final, encontrá el cuento en http://www.casquivana.com.ar/
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