Pero lo que me pasó a mí
Conrado Geiger
Fue en 1995.
Yo estaba haciendo “Rock de Acá”. Era común encontrarme a la salida de la radio
con escuchas que me esperaban para nada. Me irritaban, pero me dejaba seducir
por los encantos de la fama. Un día se me acercó una señora, a la que
llamaremos Mary, madre de unas chicas habitués, para invitarme a un evento que
se hacía por el 25 de mayo en la escuela de las nenas. Me contó que habían
acordado invitar a varios “notables y famosos”. Ser considerado en tan importante
cenáculo, me hizo aceptar la invitación sin dudarlo. Así, ese 25 de mayo
aparecí en la puerta de la escuela. Entre la multitud de gente, se me apareció
Mary adulando mi presencia. Me presentó a otro tipo, medio bajito, de aspecto
anodino y mirada huidiza. Como yo estaba atento al movimiento de la
muchedumbre, tratando de determinar dónde estaba el podio o escenario al que
nos harían subir, no registré su nombre, sólo entendí que era otro “notable”
como yo, que hacía un programa de cable. Mary nos llevó con la directora, que
estaba conversando con otra gente. Por lo errático de la presentación y lo
desdeñoso de la mirada de la autoridad comprendí que mi anfitriona se había
cortado sola. Que era una cholula desquiciada que nos había invitado por su cuenta
a un evento escolar donde nadie nos esperaba. Cruzamos miradas solidarias con
el otro sujeto, hermanados por el absurdo. Un alma gemela: habíamos caído los
dos en la misma trampa. Silenciosos nos alejamos de la ronda y salimos de la
escuela. Él balbuceó algo y me presentó a su esposa, ofreciéndome acercarme en
auto, ya que también iban hacia el norte. Viajamos intentando un infructuoso
diálogo. Al bajar me dio su tarjeta. Leí su nombre, que no recuerdo, y el de su
programa: “El Ángel de la Medianoche”.
Nunca nos
volvimos a ver.
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