Así empecé yo
María Sonia Cristoff
Cuando me cansé de dar clases de inglés, conseguí un trabajo en un
negocio de antigüedades. El cambio, en principio, me pareció positivo. No solo
por la virtud redundante de lo nuevo sino porque el lugar tenía muy pocos
objetos que eran muy caros y, por lo tanto, muy pocos clientes, lo que me daba
un tiempo preciado para pasar horas leyendo en un trabajo conseguido para
subvencionar una carrera de Letras que únicamente me interesaba como una
coartada perfecta para poder pasar horas leyendo horas sin que nadie me
molestara.
La alegría duró varios meses, hasta que ocurrió lo del accidente. Un
coleccionista que vivía en Inglaterra salió del anticuario con la pieza que,
después de un par de semanas de negociaciones arduas, acababa de comprar y, al
cruzar la avenida, fue arrollado por un auto veloz. Ya estaba muerto cuando
llegué a verlo, alertada por los ruidos y los gritos de la gente que no paraba
de agolparse a su alrededor. Entre ellos, la dueña del anticuario, quien de
inmediato recuperó la pieza que había rodado hasta el cordón de una vereda y me
conminó a reportarme con un solo movimiento de ceja.
Volvimos al local las tres: ella, yo y la pieza arqueológica
precolombina que había sobrevivido intacta. Sin perder un segundo, la dueña se
puso a desenvolver el sofisticado sistema de embalaje y a explicarme que la
pieza quedaría nuevamente expuesta hasta que los deudos del coleccionista la
reclamaran. Yo sabía que esa pieza había sido excavada ilegalmente de un
enterratorio en Perú, con lo cual pensé que lo que se roba una vez bien puede
robarse dos veces. Después me dispuse a terminar el día sin saber que ése era
el primero de una serie de días desgraciadísimos que se sucedieron en mi vida.
Tan mal empecé a estar que ni siquiera podía concentrarme en leer y, cuando lo
hacía, tenía la impresión de que los ojos de la pieza antropomórfica me
vigilaban. Dejé de leer y después de dormir y después de casi todo hasta que
decidí dejar ese trabajo. Desde entonces, no estoy tan segura de que las
maldiciones bien fundadas no surtan efecto.
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar
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