“El casco”, de Luis Mey
Enzo Maqueira
Como
un Forrest Gump vernáculo, el entrañable Piquito construido por Luis Mey para
“El casco” logra metamorfosear las burlas. En primera instancia, en
incomprensión; después en respeto y, por último, en un final que deja al lector
colgando de un hilo. El narrador vive en un mundo extrañado, un barrio donde
hay dos homosexuales y es, por lo tanto, “el barrio con más homosexuales del
mundo”; un universo infantil con todo lo tenebrosa que resulta la vida a esa
edad. Piquito y los chicos que describe Mey aprenden a decir “ataúd” y no
“ataúl” porque se mueren los viejos, pero también los jóvenes.
El
relato fluye con esa textura coloquial de quien te cuenta una historia. Lo que
se narra es tan sencillo como pararse en la puerta de tu casa a ver pasar a los
personajes del barrio. Sin embargo hay tanto atrás de todo eso (hay un chico
raro, otros que lo evalúan desde lejos, una madre muerta, un padre que siente
vergüenza, una hermana, el mundial 90, un casco), que cada palabra es apenas la
punta de un iceberg que Mey construye para hundirnos al final y dejarnos
descubrir que el miedo, a veces, es tan hermoso como ser un chico tonto.
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