7.3.13

Peor le pasó a Inés Estévez



Peor lo que me pasó a mí
Inés Estévez

Era la introvertida de la cuadra. Tenía tres amigas: una mandona, otra malcriada y una tercera que sufría los mismos complejos que yo, aunque con una cualidad ventajosa: la simpatía. En una siesta de calor soporífero decidieron ir a la heladería, y a pesar de que no me gustaba el helado y me encantaba la sopa (era así de rara), logré el permiso materno para compartir el plan. El sol calcinaba la piel rosada de la raya al medio; los zapatos heredados de mi hermana me lastimaban los talones y el elástico de la bombacha me hacía doler. Pero ejercité unas dotes histriónicas que mas tarde habrían de convertirse en mi sustento, y me sobrepuse a todo con tal eficacia que nadie hubiera imaginado por lo que estaba pasando. Entramos en el local vacío, sobre las mesas de fórmica dormitaban las moscas y el motor del mostrador traqueteaba acompasadamente. El dueño, sonriente, nos preguntó de qué gusto queríamos los helados. En ese instante, quién sabe por qué, sentí unos deseos incontrolables de hacer pis que arreciaron como un huracán, aplastando todo a su paso. Y así fue que aun haciendo los mayores esfuerzos, el líquido se derramó cayendo sobre el zapato que más hacía doler y se esparció sobre el piso hasta formar un lago. Miré hacia la puerta con aire distraído; tal vez mi disimulo conseguiría que no se dieran cuenta. Pero mis amigas se escandalizaron: “¡¡te hiciste pis, te hiciste pis!!”. Levanté la vista para enfrentar la del heladero, esperando una humillación completa que incluyera reto, trapo de piso y una hoguera en la plaza para inmolarme definitivamente. El tipo me miró una décima de segundo, me alcanzó el helado de limón y dijo: “la máquina anda mal, pierde agua”. A mis ocho años esas palabras salvadoras no hicieron más que estimular mi capacidad interpretativa, pues sofrené las lágrimas que saltaban de los ojos y el rojo tomate que trepaba a mi cara, y salí a la calle caminando como si el helado estuviera rico, los zapatos no apretaran, la bombacha mojada no lastimara, el sol no quemara y las piernas no estuvieran pegajosas. Veinticinco años más tarde encarné un personaje que sufría de enuresis, y no me hizo falta investigar acerca de ello para saber el bochorno que se siente.

Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario