Peor lo que me pasó
a mí
Inés Estévez
Era
la introvertida de la cuadra. Tenía tres amigas: una mandona, otra malcriada y
una tercera que sufría los mismos complejos que yo, aunque con una cualidad
ventajosa: la simpatía. En una siesta de calor soporífero decidieron ir a la
heladería, y a pesar de que no me gustaba el helado y me encantaba la sopa (era
así de rara), logré el permiso materno para compartir el plan. El sol calcinaba
la piel rosada de la raya al medio; los zapatos heredados de mi hermana me lastimaban
los talones y el elástico de la bombacha me hacía doler. Pero ejercité unas
dotes histriónicas que mas tarde habrían de convertirse en mi sustento, y me
sobrepuse a todo con tal eficacia que nadie hubiera imaginado por lo que estaba
pasando. Entramos en el local vacío, sobre las mesas de fórmica dormitaban las
moscas y el motor del mostrador traqueteaba acompasadamente. El dueño,
sonriente, nos preguntó de qué gusto queríamos los helados. En ese instante,
quién sabe por qué, sentí unos deseos incontrolables de hacer pis que
arreciaron como un huracán, aplastando todo a su paso. Y así fue que aun
haciendo los mayores esfuerzos, el líquido se derramó cayendo sobre el zapato
que más hacía doler y se esparció sobre el piso hasta formar un lago. Miré hacia
la puerta con aire distraído; tal vez mi disimulo conseguiría que no se dieran
cuenta. Pero mis amigas se escandalizaron: “¡¡te hiciste pis, te hiciste
pis!!”. Levanté la vista para enfrentar la del heladero, esperando una
humillación completa que incluyera reto, trapo de piso y una hoguera en la
plaza para inmolarme definitivamente. El tipo me miró una décima de segundo, me
alcanzó el helado de limón y dijo: “la máquina anda mal, pierde agua”. A mis
ocho años esas palabras salvadoras no hicieron más que estimular mi capacidad
interpretativa, pues sofrené las lágrimas que saltaban de los ojos y el rojo
tomate que trepaba a mi cara, y salí a la calle caminando como si el helado
estuviera rico, los zapatos no apretaran, la bombacha mojada no lastimara, el sol
no quemara y las piernas no estuvieran pegajosas. Veinticinco años más tarde
encarné un personaje que sufría de enuresis, y no me hizo falta investigar
acerca de ello para saber el bochorno que se siente.
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar
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