Perdí un amor, pero
Juan Guinot
El gato himalayo, de ojos
celestes, encendidos, llegó a casa en brazos de mi novia, un día después de
oponerme a su plan de embarazarnos. Me dijo que se lo había encontrado en la
calle. No le creí, nadie deja una mascota tan cara con el pedigree sellado por el veterinario de la esquina de casa. Imité la
cara de boludo del minino. Mientras el gato no me hinchara las pelotas y mi
novia no me pidiera que vaya a las reuniones de gatos himalayos organizados por
el veterinario, no me iba a meter.
El tema se complicó cuando mi
chica se rajó a mitad de la noche, envuelta en una sombría crisis de “estoy
confundida”, mientras desde el balcón, vi cómo su estado de turbación no le
impedía ver la puerta de la camioneta del veterinario de la esquina (el gurú de
los gatos himalayos) que la aguardaba con el motor en marcha. Estaba mirando cómo
ella se iba y el gato apareció en el balcón. El felino venía algo inquieto
desde que ella empezó a llorar, meter cosas en un bolso y ver que no lo incluía
en el acopio de la retirada. El gato se me puso adelante y lo empalé de una
patada en medio de los huevos, ganó altura y cayó los cinco pisos, para
impactar en la porción de asfalto dejada por la camioneta. Ver al gato
despanzurrado hizo me cayera un baño de culpa. Salí a la calle, lo levanté y
noté que el corazón le latía.
Ya al alzarlo, los pelos se me
pegaron en la palma de las manos, en el buzo, pantalón y, al entrar al
departamento, la caída copiosa de mechones dejó al gato tan en desnudo como mi
situación sentimental. Sólo le quedó un mechón en la frente chata, arriba de
los ojos. Parece que del shock, aparte del pelo, perdió la memoria, o eso
espero creer, porque el gato himalayo, desde entonces, me mira raro y todo el
santo día tiene sus ojos celestes, encendidos, encima de mí.
Publicado en Casquivana 5: www.casquivana.com.ar
Buenísimo el texto. Imperdible su lectura en la presentación de Casquivana 5.
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