A
lo que nunca me animé
Martín
Kohan
en http://casquivana.com.ar/ (página 30)
Yo nunca me animo a nada. Nunca me animo y nunca
me animé, a nada en absoluto. De todas las formas posibles de encarar la vida,
la de animarse es desde siempre una
de las que menos me ha interesado. Admiro en cambio a aquellos que desisten, a
los que renuncian, a los que desertan; los admiro mucho más que a aquellos que
meramente se animan. Mi sentido de lo heroico no se nutre de osadías; creo más,
aunque tampoco esté a la altura, en un heroísmo de la indiferencia y el apartamiento.
Yo no me animo, más bien me desanimo; ésa es mi
circunstancia más habitual. Y es así como siguen su transcurso sin mí,
perfectamente sin mí, el rifting y el aladeltismo, que nunca practiqué ni
practicaré; el mondongo y el pulpo a la gallega y los manjares de otras
latitudes del planeta, que nunca probé ni probaré; los caballos brillosos y
tensos, que nunca monté ni montaré; las orgías surtidas y extensas, a las que
nunca concurrí ni concurriré.
¿Por qué es, porque no me animo? ¿O, en verdad, porque
no quiero? A mí esa distinción me importa y mucho. Porque nunca me convenció
demasiado la conexión que puede establecerse entre desear y animarse. Tiendo a
suponer, por el contrario, que el deseo cuando es auténtico se basta a sí mismo
para dar impulso. No creo que necesite de esa ayuda suplementaria que consiste
en animarse. Las cosas que yo he deseado, si bien son pocas y más bien
discretas, las tuve o las hice sin valerme de otra cosa que la potencia de ese
mismo deseo. Nunca tuve que animarme
para hacer lo que quería. Y si había que animarse, si hacía falta animarse, yo
siempre lo interpreté, y a mi juicio sin error, como una señal acabada de la
insuficiencia de mi deseo, de que eso que estaba queriendo no lo estaba
queriendo de verdad.
No obstante, la otra noche estuve con tres o
cuatro personas que fueron a un frente de guerra y volvieron para contarlo. A
veces tengo la impresión de que hay algo en eso que me atrae: disparar desde un
avión o con fuego de metralla o con mira telescópica. En resumen, poder matar,
sin culpa ni contravención, a otra o a otras personas. ¿Lo deseo? A veces
pienso que sí. ¿Y me animo? Casi siempre siento que no.
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