Así
empecé yo
Selva Almada
Siempre sentí admiración
por los coleccionistas: alguien que se interesa por algún objeto en particular y
se dedica durante años a rastrearlo y atesorarlo en todas sus variantes. Me admira
la paciencia y la obstinación de los coleccionistas, cualidades que yo no tengo.
De chica intenté con las estampillas, las marquillas de cigarrillos y hasta las
figuritas con brillantina (todo con elle
ahora que me doy cuenta), y siempre abandoné rápidamente con unos pocos ejemplares
de cada cosa en mi haber. Pero los coleccionistas siguieron llamando mi atención,
seguí envidiando su chifladura.
Hace un par de años
me agarró algo parecido a ese afán con los libros de Erskine Caldwell, enorme escritor
norteamericano, best seller en los años cuarenta y cincuenta, que dejó de leerse
y de publicarse –no sé cuál de las dos cosas habrá venido antes. Un día, mi amigo
Sebastián Pandolfelli me dejó un ejemplar arruinadísimo de El camino del tabaco, con la única explicación: vos tenés que leer esto.
Me gustó tanto esa novela que te hace hervir la sangre de nuevo, que le dije a Seba
que quería más de eso. Qué viva, yo también: pero es inconseguible, me dijo. Así
que entre los dos nos pusimos a la caza de Caldwell.
Las librerías de viejo
volvieron a tener sentido para mí. Terminar estornudando, moqueando y con las yemas
duras de hurgar en estantes y cajones buscando un Caldwell. Encontramos unos cuantos.
Varios El camino del tabaco que seguimos
comprando para prestarla, porque es casi una misión evangelizadora para nosotros
que mucha gente la lea. Y otras novelas y colecciones de cuentos.
Hace poco una editorial
española empezó a editar unas cuantas obras suyas, incluso se consiguen en las librerías
de acá. Pero no es lo mismo: nosotros solo buscamos al viejo Erskine Caldwell, de
hojas amarillas y quebradizas y olor a gente que no conoceremos nunca.
En http://casquivana.com.ar/ (página 34)
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