Quiero quejarme de
Analía Sivak
–Quiero quejarme de la
vida –dijo el señor Ismael González frente al escritorio donde un empleado lo
atendía con una sonrisa.
–Es demasiada –agregó.
–Complete sus datos
–indicó el empleado– y detalle su reclamo, por favor. Le entregó una lapicera.
Ismael González estaba
cansado, le costaba, sobre todo, levantarse cada mañana y sentir que tenía todo
un día por delante, toda una vida incluso. A la noche se tranquilizaba, pero
luego venía el día siguiente y volvía a tener esa sensación de que ya había
vivido demasiado, que había trabajado lo suficiente, querido lo necesario,
creado lo justo, sufrido lo que había que sufrir.
–Quiero quejarme de la
muerte –dijo la señora Gabriela Mocasini.
–Complete los datos
–indicó el empleado– y detalle su reclamo.
–Es demasiada –escribió
Gabriela Mocasini en el recuadro que exigía letra clara. Estaba cansada de
convivir con la muerte, le costaba, sobre todo, salir de su casa cada mañana y
sentir que ese día podría morir, que incluso su marido o su hijo, ese día,
podrían morir. A la noche se tranquilizaba, pero luego venía el día siguiente y
volvía a tener esa sensación de que había mucha gente que moría, que los buenos
momentos también morían, que la infancia de su hijo, incluso, estaba por morir.
Firmó y se fue.
En un bar de la calle
Corrientes se cruzaron Ismael González y Gabriela Mocasini. Ismael pidió un
café. Gabriela un cortado. No estaban sentados en la misma mesa ni supieron que
venían del mismo centro de reclamaciones.
Cuando entré los vi,
coloreados con el reflejo del sol que entraba por la ventana. Ella rompía un
sobre de azúcar y endulzaba su cortado. Él revolvía el café. Él llamó al mozo
para pagar. Ella buscó su billetera en la cartera. El mozo recibió el billete
de él. Entregó el vuelto para ella. Él se levantó y ella se fue. Mientras los
veía irse supe que el paraíso o el infierno siempre coinciden, que coincidirán
siempre. Oí el estrépito de la puerta al cerrarse cuando la atravesaron y con
ese golpe recordé las palabras de Calvino: “buscar
y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer
que dure, y dejarle espacio”.
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