Confesionario,
Historia de mi vida privada
Cecilia
Szperling
Aunque parezca raro, soy
una persona zen y anti-ego. Padezco vergüenza propia y ajena. Odio a los
chismosos y me retuerzo por dentro frente a la gente que es mala y comenta.
La Confesión es definitivamente
otra cosa, ni Demasiado Ego –la Confesión requiere mucha generosidad– ni contar
sobre los demás –la Confesión exige hablar de uno y, al poner tan al frente la
primera persona queda claro que todo lo que se diga está sesgado por nuestra
subjetividad–. O sea, se cuenta cómo vivimos los hechos, no necesariamente cómo
fueron.
Cuando arranqué el ciclo “Confesionario,
Historia de mi vida privada”, en 1998, muchos escritores no quisieron venir con
el gastado argumento “Si mi vida fuese interesante no sería escritor”, y en
términos intelectuales era bastante mal vista la propuesta. También el otro
ciclo que empecé al mismo tiempo, lecturas más música, era caratulado de
populista y anti-intelectual.
En fin, 10 años más tarde
–con el ciclo en el CCRRojas, dos libros por Eudeba, dos temporadas en Canal
Ciudad Abierta y una año de Confesionario Radio en RadioUba–, veo cómo la
tendencia literaria fue en esa dirección y los mismos que me denostaban hoy se
copan. Para mi suerte, una de las tantas ideas que uno tiene y quedan en la
nada fue creciendo y desarrollándose.
Si me preguntan si la
Confesión es un bien de consumo, digo que no tengo la menor idea. En Roma hay
más confesionarios que días tiene el año, y en Buenos Aires lo mismo en
analistas (según Freud tarde o temprano todos queremos contar nuestro Secreto;
a más perturbador más fuerte el deseo).
Proust se encerró a
escribir y contar lo que le había pasado, cómo había vivido la cotidianidad de
sus días. En general creo que todos queremos contar nuestros dolores, mostrar
nuestras heridas, nuestras estrategias de supervivencia, nuestras fantasías cuando
pesan más que la realidad.
En http://casquivana.com.ar/ (página 18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario