Pago por contar
Texto: Nicolás
Hochman / Imagen: Leticia Paolantonio
Les cuento un secreto: tenía 8 ó 9 años y vivía con mi
familia en Belgrano, pero mis viejos fantaseaban con que nos mudáramos a
Bariloche y pusiéramos una hostería, escapándonos de la enquilombada Buenos
Aires. Un tiempo antes se había ido para allá Marta, mi maestra de primer
grado. Por esos contactos que todavía hoy no entiendo bien, en mi primer viaje
al sur teníamos que pasar por su casa en la montaña a llevarle un bolso con
cosas que una amiga suya había dejado en el departamento, para que se lo
alcanzáramos. La señora que trajo el bolso le dijo a mi mamá que en el bolsillo
había doscientos dólares, que en esa época era un dineral.
Yo no estaba seguro de querer mudarme, pero en cuanto me
quedé solo saqué esa plata y, sin entender muy bien por qué, la escondí atrás
de los doce tomos de la enciclopedia Salvat. Lleno de adrenalina (era un nene
bueno), me quedé pensando que ahí cualquiera podía encontrarla. Así que, más
intrépido todavía, salí al balcón y puse los billetes abajo de una maceta. Pero
pensé que ahí se podían volar con el viento, y que eso me delataría. Cinco
segundos después había tirado doscientos dólares por la ventana desde nuestro
tercer piso.
Si querés terminar de leer el artículo, lo podés encontrar en http://casquivana.com.ar/casquivana.html
(páginas 14-15).
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