¿Por qué te animás en
público, si en casa nunca dijiste nada? (fragmento)
Texto: Natalia Kiako /
Imagen: Fernando Halcón
Un
estudio de radio. Chicas tan rubias que encandilan, una mesa grande,
micrófonos, y un chico tan nervioso que está amarillo.
–Ma.
Hola, soy yo, ma.
–Si
querido, ¿cómo estás?
–Ma,
estoy en la radio. Estamos saliendo al aire, te llamo para decirte algo.
–Ah
bueno… ¿en la radio estás?
–Si
ma, escuchame. Quiero decirte… quiero que sepas que soy gay, mamá.
–…
No
sólo era en la radio; era la radio, exhibida dentro de un episodio de reality
de TV. Las cámaras de la tele capturando cada detalle desde el estudio del
programa FM.
Hay
dos reacciones instantáneas muy populares ante una escena como ésta. La
primera, de antaño, de rulero: “Pobre flaco”. La identificación todo lo puede.
El chico está sufriendo, ¿no ves cómo transpira? La segunda reacción probable,
quizá más masculina, es la indignadísima: “Está todo arreglado”. Como otrora
los partidos de fútbol, las elecciones políticas o los concursos de belleza,
hoy los realities despiertan un clamor de garantía realista entre los
espectadores.
Sin
embargo, entre la empatía y la sospecha de fraude, hay una pregunta que se
impone. Si es tan brava la escena de la confesión… si tanto pavor produce la
sola idea de exponer un profundo secreto ante tus seres queridos… ¿cómo parece
ser la mejor opción confesarse ante miles y millones de anónimos, en un medio
capaz de grabar y reproducir el momento del terror una, y otra, y otra vez?
Pensemos
en Moria, en Oprah, en “Cuestión de Peso”, en Luisa Delfino y en Rampolla, la
sexóloga. Hay una atracción profunda, casi como un vértigo; un furor que
provoca a enormes cantidades de personas a participar, a esperar su turno para
confesarse masivamente “en vivo y en directo”. Uno sospecha que es el aroma del
maquillaje y el brillo de las luces lo que atrae a los confesantes. Quizá el
escenario es tan magnético que ellos, ávidos, ofrecen en sacrificio lo más
valioso –sus secretos– para ganarse su ingreso al cielo, donde todo es más lindo,
más glamoroso. Hasta la vida de uno es más interesante, con esa pátina de color
que da la cámara. Y además, la confirmación de que los acontecimientos de la
propia historia son relevantes, no sólo para uno: para la audiencia, para miles
de desconocidos… más aún, para Moria.
Si querés terminar de leer el artículo, lo podés encontrar en http://casquivana.com.ar/casquivana.html
(páginas 14-15).
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