El baile del novio
Manuel Crespo
Existe un baile únicamente del novio. Describirlo no es para nada fácil,
tal vez por eso todavía no se sabe mucho al respecto. A ver: el novio se pone de
cuclillas, diríamos, sólo que con las rodillas bien separadas, para permitirle a
la novia bailar entre ellas, y después extiende los brazos a la altura de la cintura
de la susodicha, como encarcelándola por entero, arriba y abajo. Siguen dos variantes:
o el novio da saltitos hacia uno de los flancos, augurando circunferencia, como
cangrejeando a su flamante mujer, las manos dos tenazas encubiertas, o bien avanza
recta y vigorosamente, con el torso apenas inclinado hacia atrás, siempre a los
saltitos, estilo sapo partuzero, obligando a la novia a escapar de espaldas y casi
aplastarse contra el círculo de maquillajes corridos y camisas engalanadas con ferné
que aplauden como si fuera la primera vez que ven un espectáculo de ese calibre.
Bueno, eso sería más o menos todo. Para qué la intención ensayística: el hombre
simplemente hace el baile del novio una vez en su vida o tantas veces como decida
casarse, esto último siempre y cuando al tipo todavía le quede autoestima para ser
mirado mientras se vuelve a agachar, separa bien las rodillas, extiende los brazos
otra vez. La escena no se repite en las bailantas, en fiestas de quince o de graduación
o en los improvisados asaltos de provincia. Sólo en los casamientos y sólo el novio.
Lo comprobé acá y también en algún otro país. Tengo entendido que no es algo exclusivo
del casorio apostólico y romano, sino que también tiene lugar, con sus comprensibles
matices, en bodas de otras creencias y también en bodas laicas. Ya hay demasiados
documentales sobre víboras, tiburones y demás bicherío. El baile del novio bien
puede no ser metáfora de nada, pero no me digan que no es extraño.
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